11 mayo, 2006

El laberinto de las aceitunas, Eduardo Mendoza, 1982

Puro surrealismo sin sentido, historia sin "cap ni peus", protagonista delirante e inepto, mezclados con personajes llamados Plutarquete, Srta Trash y otros nombre sigualmente imaginativos. Lenguaje inimitable, preciso y con palabros de gran novela que aportan esa ironía fina y perfecta que caracteriza a Mendoza en persona y en escrito.
El mejor de los 3 que he leído de la saga de este protagonisma innombrable (porque no tiene nombre!) . El más de lo más, me ha hecho reir tantísimo que lo recomiendo a cualquiera que sienta algo por el surralismo más sinsentido. Aunque entre tanto delirio, aparecen fragmentos totalment acertados y perfectamente aplicables a la vida real. Ahí va un ejemplo que me hizo cerrar el libro y ponerme a pensar: (dice el protagonista)

"De la ambición y la avaricia puedo hablar porque las he visto de cerca. Del dinero, no. Precisamente, como sé por experiencia, sirve para evitar a los que lo tienen el pringoso contacto con quienes no lo tenemos. Y con toda honradez, confieso que no me parece mal: los pobres, salvo que las estadísticas me fallen, somos feos, malhablados, torpes de trato, desaliñados en el vestir y cuando el calor aprieta, asaz pestilentes. También tenemos, dicen, una excusa que, a mi modo de ver, en nada altera la realidad. No es por ello menos cierto que somos, a falta de otra credencial, más dados a trabajar con ahínco y a ser dicharacheros, desprendidos, modestos, corteses y afectuosos y no desabridos, egoístas, petulantes, groseros y zafios, como sin duda seríamos si para sobrevivir no dependiéramos tanto de carer en gracia. Pienso, para concluir, que si todos fuéramos pudientes y no tuviésemos que currelar para ganarnos los garbanzos, no habría futbolistas, ni toreros, ni cupletistas ni putas ni chorizos y la vida sería muy gris y este planeta muy triste plaza".

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