05 julio, 2007

Obligaciones físicas

Inspirada por mi propio aburrimiento (he dicho aburrimiento… no! Quería decir “bajo nivel de estrés intelectual”, bueno, en realidad, sí es GRAN aburrimiento, a ver si lo leen mis jefes y se inspiran también para darme algo que hacer), como decía que ya sabéis que estar delante de un PC sin nada que absorba mi capacidad innata de delirio genera este tipo de postings: pura paja mental (si me permitís la expresión soez), pero como para eso están los blogs y los sueños (para permitirnos sacar a fuera estos pensamientos extraños que si reprimiéramos, nos enloquecerían), ahí vamos.
Hoy hablamos de gimnasios. No de las instalaciones, sino de la fauna que ahí habita. Hay dos tipos de personas que acuden al gimnasio: los que van porque quieren y los que van sin querer. Me explico: hay cuerpos de gimnasio y cuerpos de silla violentados por el ejercicio físico. Un primer indicio de clasificación suele ser como inicia uno su rutina de entrenamiento: el habitual, con su ropa buena, su cuerpo bien torneado y la seguridad que da saber que lo que haces es lo que deberías hacer, se planta en medio del espacio libre a realizar el calentamiento. El obligado por su propia voluntad y la autoimpuesta lucha contra el michelín y la flacidez, se asegura de que la camiseta le queda suficientemente holgada y realiza los primeros 6 ejercicios en una esquina, mirando de requillón a los expertos para ver cómo se hace bien ese misterios descrito como “flexión de torso = 10”. También existe la versión Duo (como en Telefónica) de las obligadas, porque el apareamiento sudoroso suele ser exclusivamente femenino. Son las dos amigas o compañeras de trabajo que han quedado en obligarse la una a la otra a ir al gimnasio y que en menos de 3 meses acordarán no obligarse más y se pasaran al café y cotilleo. Ellas también habitan el rincón de la vergüenza, pero como son dos y la unión es fuerza, comentan y se ríen en voz alta de “y eso qué significa? Y yo qué sé, lo habrá escrito uno que no sabe conjugar verbos! Jijijiji” Intentan hacer prevalecer su presunta superioridad intelectual, porque no se puede competir con los cuerpos habituales.
El segundo momento crítico es el de enfrentarse a las máquinas de la verdad, alias máquinas de tortura. Yo las llamo “de la verdad” porque son las grandes desenmarcaradoras de obligados que tengan suficiente aplomo personal como para hacer el calentamiento en medio de la pista. Aquí no hay engaño posible, porque debes saber a) dónde está la máquina que te corresponde utilizar b) como hay que sentarse en ella c)como regular todas las partes para no morir aplastado d) qué peso es el que te conviene y e) como accionar el movimiento que te tonifica. Con tantas variables es fácil parecer un paleto. El habitual va directo a la máquina y en un movimiento rápido de palancas y palitos, queda perfectamente integrado en ella e inicia una serie rítmica de movimientos harmónicos. El obligado primero comprueba el número de la máquina a la que debe acudir, luego da 3 vueltas por toda la sala comprobando los números y formas hasta que encuentra una que se parece al dibujito. Luego observa atentamente el gráfico sobre como sentarse. Se sienta. No llega a los pedales o a los agarradores. Lee con detenimiento las instrucciones, se baja, busca la palanca indicada. Ahí está! Se vuelve a sentar, acciona la palanca. Se cerciora de que está correctamente colocado comparándose con el dibujito. Bien. Empecemos. Uuuuuuuunnnnnnnoooooooo. Coño no puedo ni levantarlo! Mira el peso: 60kg. Pasan varios segundos de fallidos intentos hasta que entiende que hay que pulsa el botoncito del medio para cambiar el palito de posición, porque esto es tan sobreentendido que no hay instrucciones al respecto. Y ahí logra empezar el ejercicio.
La única diferencia en positivo que puedo alegar a favor de los obligados, es que el grado de satisfacción después de una horita de ejercicio es infinito. Es como los fumadores que lograron dejarlo: no perdemos ocasión de congratularnos por la buena labor realizada en pro de nuestra salud, mientras que los no fumadores no se pasan el día diciendo “qué feliz soy porque nunca fumé”, para ellos lo normal no merece ser mencionado. Con el ejercicio es lo mismo: los habituales ni lo hablan porque es parte de su rutina. Los obligados nos pasamos el día auto-convenciéndonos de que lo que hacemos es lo correcto y hasta lo contamos en el blog!

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